Fran Oliva, árbitro de València, ha conseguido el ascenso a Segunda División de fútbol sala tras varios años de intentos constantes. Compagina su trabajo diario en un almacén de remolques de camiones con su gran hobby: el arbitraje.
Esta temporada ha logrado superar las exigentes pruebas físicas y teóricas en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas, sede de la RFEF, donde en agosto volverá a examinarse ya como árbitro de categoría nacional.

Tras cuatro años en Segunda B, donde siempre se quedó a las puertas del ascenso, este ha sido el primer año en el que ha podido acudir a las pruebas en Madrid.
En años anteriores, las condiciones impuestas por la Federación —como la exigencia de una antigüedad mínima— le habían impedido dar el salto, a pesar de ocupar los primeros puestos del ranking autonómico. “Siempre quedaba segundo, pero nunca pregunté. Esta vez sí fui a Las Rozas, y lo conseguí”, explica Fran Oliva.
Fran llegó al arbitraje de fútbol sala en 2009, con 23 años, tras quedarse sin plaza en fútbol por un cambio de normativa que modificó el límite de edad. “Me estaba marchando del comité cuando me dijeron que en fútbol sala no había límite. Así que probé y me quedé”, expone.

Antes había jugado en la Unió Esportiva Atlètic Amistat, pero fue en el arbitraje donde encontró su sitio. Asegura que, más allá del deporte, esta vocación le ha ayudado a crecer también a nivel personal: “Yo era muy tímido, pero el arbitraje te obliga a hablar, a relacionarte… te cambia un poco la personalidad”.
Con el ascenso, Oliva podrá seguir arbitrando hasta los 45 años —el máximo permitido en categoría nacional— y cuenta con margen para soñar con una posible promoción futura a Primera División.
