No hay un solo verano que no reciba la noticia de que un joven jugador, de algún equipo de pueblo o barrio, ficha por un club, el cual milita en la élite del fútbol; y con ella, la incógnita para los padres del niño.
Llevarlo a entrenar, cada tarde, a 25 km de distancia de su casa, el salto cualitativo de la formación, la falta de tiempo para los estudios, la apuesta personal de los padres…
Está claro que el cambio es muy significativo; pasan de jugar con sus amigos de toda la vida a compartir vestuario y sesiones de entreno y partidos con chicos que no conocen, en principio; un entrenador que, probablemente, no te tratará con el mismo cariño que lo hacia el anterior dada las directrices desde la cúpula del club de ganar por encima de todo –no olvidemos que los clubes profesionales no se hipotecan por nadie–, unas instalaciones que minimizan los errores y agudiza la falta de talento y una urgencia innegociable de rendimiento inmediato.
Tener en preaviso a tu hijo es fundamental y para ello necesitas hacer de psicólogo.
En su nuevo club se encontrará con jugadores, como mínimo, de su misma destreza y la competitividad por un puesto crece por día. En muchos casos la presión añadida “del escudo”, hace mella en los jóvenes que ven el nuevo reto como algo fuera de su alcance y la decepción llega antes de tiempo causando un agravio en otras actividades como los estudios, la familia o los amigos.
Es fundamental prepararlos para ese posible desencanto; el fútbol no es un tren que pase una sola vez, sobre todo en edades tan tempranas, sino que pronto pasará otro al cual podríamos subirnos si estamos capacitados.
No se puede negar que pasar de un club amateur a otro profesional empieza a darnos la idea de que esto puede ir en serio, pero no podemos olvidar que continúan siendo niños; que el porcentaje de éxito sigue siendo mínimo –según estudios realizados, solo el 4% de los jugadores de cantera, de un club profesional de primera división, llegan a ser jugadores profesionales; y digo profesionales a nivel mundial y no del primer equipo–.
Por esta razón, debemos seguir con el trabajo pedagógico para que, en caso de fiasco, la herida sea muy pequeña y pueda ser curada para estar preparados, cuanto antes, ante una segunda oportunidad.
No quiero terminar sin recordar a los padres que el que está en ese club profesional no son ellos sino sus hijos.
No traten de vivir las vidas que quisieron a través de sus hijos porque, por mucho que duela, su hijo tiene una vida propia que vivir y no le corresponde hacer un ejercicio de retrospectiva para que sean lo que ustedes no consiguieron llegar a ser.
Dejen que se diviertan, que disfruten y que vean con sus propios ojos la primera lección de competitividad real de la vida.
Y eso sí, disfruten del partido.
Autor: Manuel Asián