Desde hace mucho tiempo defiendo que el fútbol (por su gran repercusión social) puede ser un eficiente colaborador para nuestro crecimiento individual y colectivo, y, por tanto, para mejorar nuestras vidas y el mundo. Así, durante siete años (2006-2013), en los partidos de base que arbitré, no permití insultos por parte de los espectadores y ofrecí charlas a los entrenadores, delegados y jugadores antes de cada encuentro para recordarles la necesidad de que nuestro comportamiento fuese respetuoso, como debía ser el del público.
Igual que no podemos enamorarnos de quien no conocemos, conviene que los jóvenes tomen contacto y se enamoren de los valores que dan sentido a la vida. Y yo creo que a través del fútbol (y por otras muchas vías, qué duda cabe) los jóvenes pueden conocer valores extraordinarios. Por ejemplo, si un chaval reconoce ante el árbitro que el penalti que le han pitado a favor en realidad no era tal, se produce una vivencia maravillosa: ese jugador favorece el encuentro sincero de todo su equipo con el rival y con el árbitro, e invita a estos y al resto de personas presentes en el estadio a experimentar la grandeza de la justicia y la honradez; declara que importa mucho más el respeto a los semejantes que el egoísmo, la honestidad que el interés individual; expresa que el fin no justifica los medios, que no se debe ganar de cualquier manera.
Esos valores de encuentro con el otro, de empatía, de respeto a lo profundo, a lo verdadero, son los que, en mi humilde opinión, necesitamos los humanos para ser felices y para hacer que el mundo mejore. Es la mejor enseñanza que podemos dar a los jóvenes y la conducta que nos va a hacer sentir mejor.
Por todo lo dicho decidí hace un año escribir a miles de clubes de fútbol de toda España (la mayoría, modestos) para hacerles llegar propuestas (puede leerse íntegramente el documento aquí) que consideraba interesantes para ser vividas en plenitud con sus jugadores, entrenadores, aficionados y demás personal vinculado a cada entidad. Creía y sigo creyendo que con que algunos clubes se lancen a ello podría iniciarse un movimiento extraordinario que haría del fútbol un bello referente moral y que nos haría disfrutar de las cosas grandes de verdad, de esos valores a los que hacía referencia anteriormente, esos que dan sentido a la vida humana.
Son los valores que hacen falta en política para no meter la mano en la caja y para tener la valentía de legislar en pos del bien común, sin venderse a los poderosos (a los bancos, a las compañías eléctricas, a los empresarios multimillonarios, etc.); son los que hacen falta en las empresas (sobre todo en las grandes) para que los dueños no sean cada vez más ricos a costa de que los trabajadores ganen lo mínimo posible; son los que hacen falta en los medios de comunicación para condenar lo condenable, venga de quien venga, e informar con rigor y objetividad, sin estar al servicio de las élites económicas; son los que hacen falta en las relaciones internacionales para que los países ricos no hundan a los pobres, sino que los ayuden por puro valor de la dignidad humana; son los que hacen falta en cualquier ámbito de la vida.
Obviamente, hay infinitos caminos para experimentar y expresar el auténtico encuentro entre humanos, la vivencia de lo que de verdad necesitamos. En mi caso, no sé muy bien por qué, la voz interior me dice que proclame que el fútbol puede ser (y lo es) uno de esos caminos.
Puede que sea un pesado (lo admito) y que haya gente que esté harta de leer mis correos (por favor, si es así, díganmelo), pero, insisto, estoy convencido de que necesitamos ir a lo profundo. Estoy convencido de que una vida de enfrentamiento, de pisarnos unos a otros, no merece la pena, sino que hemos de disfrutar del encuentro entre nosotros, y ello se basa en el respeto a la dignidad de cada uno a partir de los grandes valores de la vida. Y estoy convencido de que el fútbol puede ser un gran medio para que nos enamoremos de esos valores, nos transformemos y, con ello, transformemos el mundo, lo cual, sin duda, es tremendamente necesario, además del camino más recto hacia la felicidad.
Parece difícil, pero es perfectamente posible y muy conveniente. Si tú también lo piensas, compártelo. Hagámoslo realidad.
Autor: Angel Andrés Jiménez Bonillo
Publicado en ‘El Seis Doble‘